Mientras los humanos luchamos contra un enemigo invisible (el COVID-19), en la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial, el planeta está celebrando por todo lo alto el tiempo muerto que le hemos concedido. La naturaleza recupera en tiempo récord espacios que le habían sido arrebatados, demostrándonos lo que ya sabíamos: el ser humano necesita a la Tierra, pero la Tierra no necesita al ser humano.
La Tierra no necesita al ser humano
De todos los indicadores que muestran cómo la crisis sanitaria ha impactado positivamente en el estado del medioambiente español, la descongestión del espacio aéreo podría ser uno de los más ilustrativos. En esta imagen podemos observar como, en un momento determinado de la cuarta semana de confinamiento, el espacio aéreo de la Península Ibérica es sobrevolado únicamente por 6 aviones.

¿Cuál era la cifra media habitual de vuelos que podían surcar a diario los cielos españoles en circunstancias normales? Según esta publicación de 2016, unos 10.000. Eso significa que durante la cuarta semana del estado de alarma sanitaria por COVID-19, en España, la densidad de vuelos se había reducido en un ¡99,4%!. Si a esto sumamos el descenso en el consumo de energía a causa de la paralización de buena parte de la actividad productiva y la considerable caída del consumo de combustibles de automoción, el resultado son aires con niveles de contaminantes inimaginables hace apenas un mes.
¿Cuántas muertes dejarán de producirse en España gracias a la reducción radical de la contaminación atmosférica? Hagamos un ejercicio matemático, sin ánimos de ser precisos, solo con la intención de reflexionar sobre las consecuencias de que la ciudadanía respire un aire limpio. Haciendo una estimación conservativa, imaginemos que el estado de alarma sanitaria se prolonga hasta los 3 meses. Según las cifras que maneja el Ministerio de Sanidad (10.000 muertos anuales como consecuencia directa o indirecta de la contaminación atmosférica en España), en esos 3 meses podrían haberse evitado en torno a 2.000 muertes.

Los efectos colaterales de la drástica reducción de los niveles de contaminantes en el aire de las ciudades son amplísimos. Por poner sólo algunos ejemplos: se reduce la sintomatología de la población asmática y, por tanto, el gasto sanitario derivado; se reduce la acumulación de partículas de hollín sobre edificaciones y monumentos y, por tanto, los gastos de limpieza y restauración derivados; o se reduce el proceso antrópico de calentamiento global y de cambio climático, con la multitud de repercusiones que esto tiene a nivel de salud humana y de gasto en medidas de mitigación.

Todos estos efectos que implican reducciones en gasto público no pueden cuantificarse económicamente de forma precisa, pero a nadie se le escapa que suponen un ahorro considerable de dinero de nuestros impuestos que podrían ser destinados a otros menesteres. Quizás a mejorar la plantilla y las condiciones de trabajo de nuestros sanitarios; quizás a recuperar el terreno perdido en materia de investigación y desarrollo; quizás a mejorar el tejido productivo nacional para hacerlo menos dependiente del exterior; quizás a prestaciones para colectivos vulnerables; quizás a construir un fondo de contingencia para crisis venideras…
La crisis ambiental es también un virus, aunque no mate todo de golpe
En un momento en el que la ciudadanía está especialmente sensible y es más consciente que nunca de las cosas verdaderamente importantes, es también momento de reflexionar sobre qué cuestiones de nuestro modelo socioeconómico debiéramos cambiar.
¿Qué es lo primero que has pensado hacer en cuanto te dejen salir de casa con normalidad? ¿Abrazar a tus padres o hermanos que llevas semanas sin ver, pasear por el monte, tomarte una caña bien fría en la terraza de un bar, ir al cine o al teatro, reservar una mesa en tu restaurante favorito, o simplemente caminar por la ciudad como si nada? ¿Te das cuenta que tu primer plan tras el confinamiento implica algo sencillo, sin grandes ostentaciones? ¿Te das cuenta que lo que nos hace humanos de verdad es un abrazo, un momento compartido, el contacto con la naturaleza, una melodía, un “te quiero”? ¿Te das cuenta que nos habían convencido de que la felicidad se hallaba a través del consumo y que esta crisis ha reventado esa burbuja sin apenas darnos cuenta? ¿Acaso alguien tiene ahora entre sus planes inmediatos tras el confinamiento salir de compras, viajar en avión o cambiar de móvil?
Tu primer plan tras el confinamiento por el COVID-19 será algo sencillo
La vida se compone de pequeños momentos y pequeños placeres de los que no eres consciente hasta que un caprichoso virus te los arrebata.
Reconozcamos, como no puede ser de otra forma, el sufrimiento de las familias que han perdido algún ser querido durante esta pandemia, pero reconozcamos también que el COVID-19 representa una bendición para nuestra maltrecha Tierra y una oportunidad para el imprescindible cambio de rumbo de la humanidad. Posiblemente la última…
Autor: José Liétor.
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