Todos sabemos que el agua es un bien finito, que es necesario para casi cualquier actividad de nuestro día a día y que es necesaria para producir y fabricar prácticamente cualquier cosa. No sólo el agua que consumimos para beber, ducharnos y lavarnos, sino también para producir nuestros alimentos o producir la energía que consumimos en nuestra sociedad.
Desde hace unos años se viene hablando del concepto de Huella Hídrica, un indicador que nos habla de esa agua que consumimos directa e indirectamente, y de la que contaminamos para poder llevar nuestras vidas. Sabemos que países como España cuentan con una alta huella hídrica, al ser un país que importa gran parte de sus productos de consumo como consecuencia de su estilo de vida y de los patrones de consumo, pero eso no quiere decir que esa alta huella se encuentre dentro de España. La huella hídrica aporta información sobre cuándo y dónde se ha consumido esa agua, y en el mundo globalizado en el que vivimos con una población creciente que no deja de consumir, el agua cruza fronteras en forma de alimentos, materiales o energía.
Pero además de hacernos ver el agua que nadie ve, recientes estudios afirman que esa huella hídrica es aún mayor que la que creíamos, alrededor de un 18% mayor. ¿Por qué?
Esa mencionada población creciente, y esos patrones de consumo que cada vez más tienden, por ejemplo a un mayor consumo de carne, o a la producción de cultivos como la soja para diferentes fines, así como un consumo cada vez mayor de energía, tienen unas consecuencias que han ido saliendo a la luz.
«Recientes estudios afirman que esa huella hídrica es aún mayor que la que creíamos, alrededor de un 18% mayor.»
Para producir cultivos es necesario cambiar los usos del suelo, cosa que ya hemos visto numerosas veces por ejemplo con la deforestación del amazonas, donde se arrasan bosques para crear campos de cultivo de soja entre otras cosas. Del mismo modo, a lo largo de mundo existen cada vez mayores embalses para abastecer a la agricultura o para la producción de energía hidroeléctrica. Lo que producen estos dos cambios es muy sencillo; Una alteración en los procesos de evaporación por parte de las superficies terrestres y acuáticas y por parte de las plantas.
La evaporación producida por las plantas no es la misma para todas las plantas. Por ello, si se cambian los usos del suelo, se cambia también la evapotranspiración potencial de una superficie, pudiendo evaporarse más agua que antes. Un sencillo balance de agua permite saber la evapotranspiración producida en una superficie, calculando la diferencia entre la precipitación y la escorrentía. Con respecto a los embalses, si existe una superficie mayor de agua, existe una mayor evaporación de la misma. Otra consecuencia es que, cuando se crea un embalse, aumenta también el volumen de agua subterránea en su área, pudiendo tener acceso a agua subterránea más plantas, que a su vez transpirarán más agua.

El resultado, es que ese 18% más de huella hídrica mundial con respecto a lo que se pensaba, se evapora. Cerca de 4.370 km3 de agua dejan de estar disponibles cada año para el consumo humano o de los ecosistemas. Y por supuesto, alteran también el clima, siendo un factor que añadir al tan discutido cambio climático.
Estudios como éste demuestran la urgente necesidad de realizar una gestión de agua inteligente que vaya desde lo local a lo global. Como vemos, el cambio en los usos del suelo o la alteración del curso de un río mediante una presa, tienen impactos no sólo locales, sino también globales. Y lo que se debe gestionar no es solamente el agua. Los usos del suelo cuentan con un papel determinante en el consumo de agua.
Todo esto nos debe llevar a una gestión integrada de los recursos. En lo referente al agua, el uso de la huella hídrica nos permitirá determinar estos procesos en la escala más lógica si hablamos de agua, que es a nivel de cuenca, pero sin la participación de todos los agentes implicados y todas las disciplinas, será muy complicado, y el planeta seguirá estando cada día más y más sediento.
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