Tuvalu es uno de los cuatro países que forman la Polinesia, y uno de los catorce que conforman Oceanía. Es el miembro de las Naciones Unidas con menor número de habitantes, solo 11.600. Sus cinco metros de altitud máxima sobre el nivel del mar le convierten en el segundo país menos elevado del planeta después de Maldivas (2 metros sobre el nivel del mar).
Las islas que constituyen esta nación están amenazadas por el futuro aumento del nivel del mar hasta el punto de que su población será evacuada durante las próximas décadas a Nueva Zelanda, a razón de 75 habitantes por año. Los tuvaleses adquirirán, por tanto, el estatus de refugiados climáticos.
Hasta ahora hemos conocido a los refugiados que huyen de guerras, de hambrunas, de la miseria, de conflictos étnicos y religiosos, de la explotación o que, simplemente, desean una vida mejor. En los próximos años tendremos que familiarizarnos con un nuevo tipo de refugiado, en este caso de carácter pasivo, que no desea abandonar su hogar, que no se siente seducido por la sociedad occidental del bienestar y que no es sometido a ningún genocidio ni maltrato. Se trata de un refugiado que huye del anegamiento de sus tierras, de las tierras que acogieron a sus ancestros y donde siempre quisieron ver crecer a sus hijos.

Quizás la mejor expresión de la desesperación del pueblo tuvalés (o cualquier otro sometido a este injusto desenlace) sea la frase con la que Ian Fry, embajador de Tuvalu, cerraba entre sollozos su intervención en la XV Conferencia sobre el Cambio Climático de la ONU (Copenhague, 2009): «El futuro de mi país está en sus manos».
Imagina por un momento que conservar tu hogar dependiese de la toma de decisiones políticas a miles de kilómetros de distancia
¿Cree el lector que las grandes potencias contaminadoras del planeta sintieron algún remordimiento tras las melancólicas palabras del embajador? ¿O tal vez la desaparición de islas y naciones insulares enteras es otro impuesto más que la humanidad está dispuesta a asumir a cambio del progreso y el mantenimiento de la sociedad del bienestar? ¿Bienestar para quién?
Parece que los problemas son menos graves cuando afectan a personas que viven a miles de kilómetros de distancia de nuestros hogares en unas pequeñas islas que ni siquiera sabríamos ubicar en el mapa. Pero para nuestra desgracia, el cambio climático es muy democrático y sus consecuencias terminarán afectándonos a todos tarde o temprano.
¿Cómo afectará a los españoles la subida del nivel del mar? Según las conclusiones del informe de 2014 Cambio climático en la costa española, financiado por el Ministerio de Agricultura y realizado por los expertos del Instituto de Hidráulica Ambiental de Cantabria, si no se hace nada por mitigar el calentamiento del planeta, a finales de este siglo y en el peor de los escenarios posibles, el nivel del mar en las costas españolas habrá aumentado entre 60 y 72 cm (algo más de 80 cm en Canarias) respecto al nivel medio del periodo 1986-2005. Incluso si se tomasen medidas eficaces para contener las emisiones de los gases de efecto invernadero, ya no se podría evitar una subida de las aguas en nuestras costas de entre 30 y 60 cm. Según el mencionado informe, la peor parte de la subida de las aguas se la llevarían los deltas del Ebro, Guadalquivir y Guadiana. El valor acumulado de las pérdidas alcanzaría en 2050 entre 500 y 4.000 millones de euros, lo que podría suponer entre el 0,5% y el 3% del PIB anual español.
Hacia 2050, para cualquiera de los escenarios considerados, gran parte de las playas de la costa española experimentarán retrocesos medios de 20 a 40 metros. La subida del nivel del mar producirá un aumento en la inundación y erosión de las playas, que se traducirá en pérdida y fragmentación de hábitats, fundamentalmente en las zonas sometidas a desarrollos urbanísticos descontrolados donde las infraestructuras mal planificadas impiden la adaptación natural de las playas.

El turismo depende en gran medida del buen estado de las costas. La región mediterránea es el principal destino turístico del planeta, aglutinando un tercio de los ingresos mundiales generados por el sector. España es el segundo destino turístico más visitado del planeta (82,7 millones de visitantes en 2018), solo superado por Francia.
Un modelo económico basado en el turismo es incompatible con el actual escenario de cambio climático en España
El cambio climático pondrá en jaque a nuestro motor económico. ¿Están preparadas la región mediterránea y España para enfrentarse a este problema? ¿Aprendimos la lección de la última burbuja inmobiliaria? ¿Fue buena idea convertir España en un país de camareros, de playa y tumbona?
Parece obvio que los gestores de lo económico y de lo ambiental viven realidades bien distintas. Quizás seamos los ciudadanos quienes debamos indicarles cuál es la senda correcta.
Autor: José Liétor.
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