Según el Artículo 5 del Real Decreto 1907/1996 sobre publicidad y promoción comercial de productos, actividades o servicios con finalidad sanitaria “Queda expresamente prohibido a todos los profesionales sanitarios y a sus asociaciones o corporaciones amparar ningún tipo de promoción comercial o publicidad dirigida al público en que, con su nombre, profesión, especialidad, cargo o empleo, respalden utilidades preventivas, terapéuticas, de rehabilitación o cualquier otra pretendida finalidad sanitaria…”. También se prohíbe ”…amparar la promoción o publicidad a que se refiere el apartado anterior mediante actividades reales o supuestas de diagnóstico, pronóstico o prescripción a través de la televisión, la radio o cualesquiera otros medios de difusión o comunicación o por correspondencia”.
El análisis del párrafo anterior deja claro lo sencillo que resulta en este país saltarse la ley. Tertulias televisadas con representantes de asociaciones médicas que avalan alimentos cuasimilagrosos, asociaciones médicas subvencionadas por productos alimentarios que enferman y hasta un programa de televisión presentado por un falso médico cuyos consejos carecen en buena parte de validez científica.
Parece que la ley en materia de publicidad de alimentos milagro está para saltársela
Las consultas médicas reciben la visita periódica de los lobistas de las compañías alimentarias para convencer a nuestros galenos de que su marca de agua, yogur o suplemento de Omega-3 es, indiscutiblemente, el mejor del mercado.

Cuando un desconsolado padre recibe la recomendación de su médico de familia sobre un determinado producto no medicamentoso, hay que disparar todas las alarmas. He vivido en primera persona la recomendación facultativa del Actimel para subir las defensas, del Aquarius para aliviar el dolor de tripa y de la leche Puleva-calcio para fortalecer los huesos. Afortunadamente, cada vez son más los doctores que hacen el esfuerzo de no mencionar marcas, aunque eso no importa, ¿o acaso no tenemos claro qué producto comprarán los padres en el súper de la esquina cuando salgan de la consulta si su pediatra les recomendó un yogur bebible rico en lactobacilos o una bebida isotónica rica en sales minerales? Antes era peor; aún recuerdo entrar en la consulta de mi médico siendo un adolescente y ver ese enorme reloj de Puleva sobre su cabeza…
Desconfía cuando tu médico de familia o pediatra recomiende un producto no medicamentoso
Los alimentos funcionales (aquellos que son elaborados no solo por sus características nutricionales sino también para mejorar la salud y/o reducir el riesgo de contraer enfermedades) han invadido los supermercados.
Hace unos años, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) decidió poner orden en la jungla del «todo vale» en el etiquetado de alimentos mediante el Reglamento 1924/2006. Decidió crear el término «declaraciones nutricionales», es decir, declaraciones con certeza científica que las empresas pueden incluir en sus etiquetas como reclamos saludables.
En cuanto se publicó esta norma, fueron 50.000 las declaraciones que desde la industria alimentaria europea se intentaron «legalizar». Solo se aprobaron 400. La cifra es demoledora y la interpretación sencilla: durante años, miles de empresas alimentarias europeas habían estado utilizando reclamos saludables para mejorar las ventas de sus productos sin fundamentación científica alguna.
Ante las nuevas restricciones, la industria emprendió una carrera por rizar el rizo y atraer el consumidor a través de manipulaciones del lenguaje, la estética y los mensajes pseudocientíficos.
Los mensajes de los envases de algunos alimentos procesados y ultraprocesados son de chiste, aunque no deberían hacernos gracia
Desde entonces se han regulado algunos asuntos puntuales (ejemplo de prohibición de los famosos BIO no provenientes de agricultura ecológica), pero lo cierto es que a las empresas alimentarias siempre encuentran mecanismos para bordear la norma y seguir haciendo creer al consumidor que su producto milagro mejorará su salud.
¿Cómo reaccionó Pascual cuando se le prohibió vender su producto estrella Biofrutas al no proceder de agricultura ecológica? Primero cambió a Pascual Funciona, pero parece que no funcionó, cambiándose por el nombre actual de Bifrutas. Bifrutas se parece mucho a Biofrutas, pero no incumple la ley. Si además, entre la letra “i” y la letra “f” sitúas el logo de la empresa, para un consumidor apresurado, visto de lejos y con la ayuda del subconsciente que aún recuerda el famoso nombre de antaño, podría confundirse con Biofrutas… ¿qué cosas, no?

Lo cierto es que a las empresas alimentarias habría que prohibirles prácticamente todo para evitar que manipulasen al consumidor. O mejor, el consumidor debería adquirir la cultura y desarrollar el espíritu crítico necesarios para evitar ser objeto de una manipulación constante.
Recuerda que la única herramienta transparente de la que disponemos los consumidores es el etiquetado alimentario. No importa cuán convincente pueda parecer el anuncio del producto en televisión, ni cuanta confianza deposites en el sanitario de turno que se atreve a recomendar un producto no medicamentoso, ni la credibilidad que te merezca tu prima enfermera o tu vecino suscriptor de la revista “Saber Vivir”. Los datos del etiquetado son lo único infalible.
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