«Un Coche verde…»
Susana trabaja como agente comercial en un concesionario de coches del extrarradio de una gran ciudad. Una mañana soleada entra un cliente potencial que se aproxima a ella con cara sonriente y gesto complaciente. Tras saludarse educadamente, Susana le pregunta: «¿Qué desea, caballero?» A lo que el cliente responde: «Un coche verde».
La siguiente pregunta de Susana no se hace esperar: «¿De cuántos caballos?». «Me da igual – responde el cliente – solo quiero que sea verde».
Pero… «¿de gasolina o de gasoil? ¿con dos o cuatro años de garantía? ¿y sobre las medidas de seguridad? ¿Qué tal un monovolumen, o quizás un todoterreno…?».
Todas las preguntas de Susana resultan estériles, pues una tras otra, obtienen la misma respuesta: «Quiero un coche verde».
El cliente se marcha finalmente con el coche verde más caro del concesionario. La comidilla del resto de la semana entre los compañeros de trabajo es, cómo no, el extraño hombre del coche verde. Todos ríen y se mofan del estúpido comprador.
«…Una sopa de pollo verde»
Ese mismo fin de semana, Susana acude, como es costumbre al centro comercial para realizar la compra semanal. En el pasillo donde se encuentran las sopas de sobre, su atención es captada por un nuevo producto de su marca favorita: una sopa de pollo de corral.
Recuerda haber visto en algún programa de televisión, mientras practicaba zapping, que el pollo de corral es más sano que el pollo de cría intensiva. Así que sin dudarlo, lo echa al carrito. Como en la parte frontal del sobre aparece la frase “El auténtico sabor de siempre”, decide que un sobre es poco y coge otras tres unidades más.
Cuando llega a la caja hay una cola considerable, pero como ya es tarde para cambiarse, decide aguantar mientras ojea sus mensajes de Facebook y WhatsApp. Cuando levanta la cabeza del móvil, el cajero le invita a pagar su factura, no puede creer lo que estaba viendo. Ante ella se encuentra el hombre del coche verde, con su eterna sonrisa y su gesto amable.
Una vez pasado el sofocón y algo más relajada, Susana procede a sacar su tarjeta de crédito. Mientras realiza la operación de cobro, el cajero le comenta: «Veo que ha comprado usted la nueva sopa de pollo de corral».
«Sí, en efecto, dicen que el pollo que vive en libertad es más saludable», responde Susana.
«Bueno, en cierto modo, usted ha comprado una sopa de pollo verde», le espeta el cajero. Como Susana arde en deseos de largarse de allí cuanto antes, no da más importancia a tan extraño comentario. Total, ¿qué se puede esperar de un tipo tan raro?
Cuando llega a casa, procede a colocar los productos adquiridos en la despensa. Mientras coloca los sobres de sopa de pollo, recuerda la frase del cajero loco y, sin saber por qué, su mirada se desplaza automáticamente hacia la lista de ingredientes que aparece en el etiquetado del producto de marras. Es entonces cuando cae en la cuenta de que el pollo supone ¡un 0,7% del peso del producto!

Menuda tomadura de pelo. «Habrán echado un muslo de pollo en una olla de 1000 litros de agua. ¡Vaya sinvergüenzas!». Pero en milésimas de segundo su mente aparta el estrés y recupera la frase del cajero («Usted ha comprado una sopa de pollo verde»). Ahora todo parece tener sentido. He comprado el todo solo por una de sus partes, una parte que además está sobredimensionada por el fabricante para hacerme creer que el producto tiene un valor añadido.
En efecto, he comprado una sopa de pollo verde, porque todas las demás características del producto las he pasado por alto, no eran importantes. La composición nutricional no era importante, como tampoco lo era la cantidad neta ni la presencia de aditivos; del envase de plástico ya ni hablamos.
Es entonces cuando suena el despertador. Susana brinca de la cama como alma que lleva el diablo, se dirige hacia la cocina como un fórmula uno y mira en su despensa. Que alivio, no hay sopa de sobre. A partir de ese momento, cualquier pollo que entre en casa será de carne y hueso.
Autor: Dr. José Liétor Gallego
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