Las teorías de desarrollo en América Latina desde las últimas décadas tiene como norma disminuir la desigualdad entre países subdesarrollados y países desarrollados y por ende reducir las crisis del empleo y, la pobreza, constituyendo el marco de referencia para los intentos y políticas de estabilización los cuales fueron cruzados por programas de ajuste estructural, articulados a la necesidades de la estructura internacional de producción , comercio, y consumo bajo la ideología del liberalismo económico, de la universalidad de sus leyes y la exigencia de la internacionalización de la economías hacia la modernización; llegando a punto culminante que es el “desarrollo”.[1]
La imagen de desarrollo y de crecimiento constituye el esquema mental ideológico de tipo hipnótico en donde los países tercer mundistas forman el establecido atraso, y por ello deben imitar a los países desarrollados, generándose así el ascenso vertical al desarrollo lo que conlleva a la demanda y asimilación de la ciencia y de una cultura mundial dominante.
El desarrollo es una ideológica bien argumentada que regulariza la historia de los países atrasados a buscar el reflejo de un occidente próspero; el progreso y evolución es considerado como el curso normal, dejando escondiendo que es un poderoso instrumento para facilitar las desigualdades de poder y que se dan invisiblemente en las relaciones económicas, políticas y culturales.
La ciencia y la tecnología son concebidas no sólo como base del progreso material, sino como la fuente de dirección y de sentido del desarrollo. En las ciencias sociales predomina una gran confianza en la posibilidad de un conocimiento cierto, objetivo, con base empírica, sin contaminación por el prejuicio. Por ello, sólo determinadas formas de conocimiento fueron consideradas como apropiadas para los programas del desarrollo: el conocimiento de los expertos entrenados en la tradición occidental. El conocimiento de los “otros”, el conocimiento “tradicional” de los pobres, de los campesinos, no sólo era considerado no pertinente, sino incluso como uno de los obstáculos a la tarea transformadora del desarrollo.
En el período de la post-guerra, se dio el “descubrimiento” de la pobreza masiva existente en Asia, África y América Latina. A partir de una definición estrictamente económica y cuantitativa, dos terceras partes de la humanidad fueron transformadas en pobres – y por lo tanto en seres carentes y necesitados de intervención cuando en 1948 el Banco Mundial definió como pobres a aquellos países cuyo ingreso anual per cápita era menor a US$100 al año: “… si el problema era de insuficiente ingreso, la solución era claramente el desarrollo económico”.
El desarrollo obró creando anormalidades (los ‘pobres’, los ‘desnutridos’, los ‘analfabetos’, las ‘mujeres embarazadas’, los ‘sin tierra’), anormalidades que entonces procedía a tratar de reformar. Buscando eliminar todos los problemas de la faz de la tierra del Tercer Mundo, lo que realmente logró fue multiplicarlos hasta el infinito. Materializándose en un conjunto de prácticas, instituciones y estructuras, que ha tenido un profundo impacto sobre el Tercer Mundo: las relaciones sociales, las formas de pensar, las visiones de futuro quedaron marcadas indeleblemente por este ubicuo operador. El Tercer Mundo ha llegado a ser lo que es, en gran medida, por el desarrollo.
La premisa organizadora era la creencia en el papel de la modernización como la única fuerza capaz de destruir las supersticiones y relaciones arcaicas, a cualquier costo social, cultural o político. La industrialización y la urbanización eran vistas como inevitables y necesariamente progresivas rutas hacia la modernización.
El desarrollo descrito así, forma parte de los grandes diseños de colonización que desde hace cinco siglos atrás actuaron en América como son: La cristiandad, la misión civilizadora, la modernidad y el mercado total, este último que reemplaza al desarrollo.
[1] LANDER, Edgardo, Ciencias Sociales, Saberes coloniales y Eurocéntricos
Autor: Sergio Dután
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