Blanca y en botella, ¿qué es?… Muy raro sería que alguien diera como respuesta:¡horchata!.
Nuestra realidad se construye sobre elementos de aspecto y características conocidas, esperables y aparentemente inconfundibles. Un líquido blanco dentro de una botella debe ser leche, del mismo modo que un aparato que hace tic tac, debe ser un reloj.
Las empresas que fabrican alimentos procesados y ultraprocesados, aprovechan los prototipos mentales que manejan los consumidores para ofrecer productos de segunda y tercera calidad, que imitan el aspecto y las características que esperamos encontrar en sus homólogos reales.
El ejemplo del Queso en lonchas
El consumidor tiene claro lo que espera encontrar en el supermercado, cuando de un loncheado de queso se trata: un paquete de láminas delgadas, de no más de 2mm de espesor, de un color amarillo claro a intenso (dependiendo del grado de maduración), empaquetadas en un plástico rígido con forma de polígono de cuatro lados (normalmente cuadrado o rectangular si las lonchas se amontonan en dos columnas). Vamos, el paquete de «tranchettes» de toda la vida (ahora también conocidos como «sabanitas» o «lonchas para sándwich«).

Cuando vamos al burguer y pedimos «una con queso», esperamos esa loncha cremosa de tranchette chorreante por los bordes de la suculenta pieza de carne. No esperamos un trozo de queso manchego, ni de queso de cabra ecológico que funden regular.
Queso parece, queso no es
¿Quién dudaría que un tranchette es queso? Tiene forma de queso, aspecto de queso y sabor de queso ¿no es cierto?
En ese caso, le invito a que la próxima vez que tenga en sus manos un paquete de este producto, busque la palabra “Queso” en cualquier parte del envase (no en la lista de ingredientes). No la encontrará.

Eso es porque aunque contiene queso (o quesos), no es realmente queso. Se trata de queso fundido con una serie de acompañantes nada saludables. Desde luego, nada parecido a la composición de un buen queso artesano.
Del mismo modo que la elevada demanda de ropa barata cambió el mercado textil global, otorgando mucha más importancia al precio que a la calidad, estamos asistiendo a cómo la demanda de alimentos baratos está dando paso a un mercado de alimentos de imitación de muy baja calidad.
Leer las etiquetas, tan fácil como eso
Afortunadamente identificar los pseudoalimentos es sencillo: basta con leer sus etiquetados. En el ejemplo que estamos viendo, si no se vende como queso y su lista de ingredientes es larga e incluye sustancias desconocidas para usted, mejor no lo compre.
Piense que la industria alimentaria bordea la ley hasta encontrar la estrategia adecuada para engañar a sus sentidos. Aplique el sentido común y vigile los envases. Un producto que contenga todas las letras de la palabra queso menos una, seguramente sea un sucedáneo, aunque sea de estilo manchego y semicurado. Lea la etiqueta y eche unas risas.

No se deje guiar por el precio; puede ocurrir que a pesar de ser de segunda o tercera división, resulte que en términos de proporcionalidad, un pseudoalimento tenga el mismo precio o incluso inferior al de su versión original.
Lo barato sale caro
Estamos acostumbrados a valorar los precios de forma burda. Por ejemplo, creemos que una barra de pan industrial de 70 céntimos es más barata que una hogaza de pan ecológico de 2,30 euros, sin caer el la cuenta que el primero pesa 250 gramos (el exceso de levadura aumenta el volumen para engañar a la vista), mientras que el segundo pesa 800 gramos. En el primer caso, el kilo de pan sale a 2,80 euros; en el segundo a 2,90. No hay apenas diferencia en precio; sin embargo, la diferencia en calidad y salud es abismal.
Ya sabe, en alimentación, las apariencias también engañan. Otro día hablamos de los quesitos, de los palitos de cangrejo, del caviar para pobres, del falso jamón cocido, del yogur de fresa sin fresas o del preparado graso que pretende ser aceite de oliva.
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Autor: Dr. José Liétor Gallego
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