Desde la aparición de los alimentos genéticamente modificados, los transgénicos, la comunidad científica esta inmersa en un debate sobre las bondades y perjuicios de estos, sin haberse llegado todavía a un consenso al respecto.

Ya en 2013 la Red Europea de Científicos por la Responsabilidad Social y Ambiental publicó una declaración apoyada por más de 300 científicos donde se afirmaba «que la escasez y naturaleza contradictoria de la evidencia científica publicada hasta la fecha impide hacer declaraciones concluyentes sobre la inocuidad o falta de ésta, de los OGM». Exponen que esta incertidumbre se debe en parte a la amplia gama de métodos de investigación utilizados, al empleo de procedimientos inadecuados y diferencias en el análisis e interpretación de los datos.
En este documento se pone en relieve que nunca se han realizado estudios epidemiológicos para determinar los efectos potenciales sobre la salud de los transgénicos y que por lo tanto la afirmación de defiende que no existen efectos adversos sobre aquellas personas que han ingerido OMG en los últimos 20 años no tiene fundamento científico.
Por otro lado los firmantes de dicha declaración ponen en duda los «innumerables estudios» que postulan la inocuidad de los transgénicos. El Proyecto de Investigación de la Unión Europea, el cual cita 50 estudios financiados por la UE realizados entre 2001 y 2010, que es a menudo citado a ese efecto, «no fue diseñado para probar inocuidad de los transgénicos y no provee evidencia confiable de inocuidad».
Un ejemplo de esta controversia lo encontramos en el caso de la aprobación por parte de EEUU de la manzana transgénica «ártica» en febrero de 2015, a pesar de la oposición encontrada entre consumidores y ambientalistas. Las autoridades gubernamentales incitaron a los medios de comunicación para que se resaltase la inocuidad del producto, obviando aquellos estudios que fuesen contradictorios a esta tesis. Sin embargo según el científico de Consumers Unión, Michael Hansen, «Ni un solo estudio de inocuidad independiente y público ha sido realizado sobre la manzana ártica».
Por otra parte otro artículo publicado en la Revista National Geographic titulado «La guerra contra la ciencia» escrito por Joel Achenbach denunciaba el auge de la pseudociencia y comparaba a los retractores de los transgénicos con los creacionistas y los negadores del cambio climático, basándose en el inexistente consenso científico en pro de los transgénicos. Desde la comunidad científica se señaló que con este artículo sólo se pretendía mostrar a los críticos de los transgénicos como personas anti-ciencia, si que en el se ofreciera una discusión seria sobre la controversia que existe dentro de la comunidad científica a este respecto.
Para terminar en febrero de 2015 Greenpeace realizó una petición bajo la Ley de Libertad de Información de Estados Unidos que ha terminado con la publicación de los documentos que demuestran que el centro científico de Astrofísica Astrofísica Harvard-Smithsonian Wei-Hock Soon, uno de los científicos más frecuentemente citados que decían que las emisiones de gases de efecto de invernadero no contribuyen al calentamiento global, ha recibido $1.2 millones en financiamiento de la industria de combustibles fósiles en la pasada década. Lo que deja claro que cuanto menos sus estudios son cuestionables porque ¿Quien va a fiarse de un estudio que es financiado por la misma industria a la que defienden?
A la vista de este descubrimiento el grupo U.S Right to Know ese mismo mes realizó una petición para investigar los correos electrónicos y correspondencia de profesores de universidades públicas que escriben para GMO Answers, una página web pro-transgénicos establecida por la agencia de relaciones públicas Ketchum, con el objetivo de estudiar si empleados públicos pagados con los impuestos de todos estaban prestando servicios a corporaciones privadas. Las universidades objeto de esta petición no sólo mostraron su disconformidad al respecto sino que algunas se han negado directamente a colaborar. ¿Pueden estar ligadas estas reticencias a entregar dicha información a la existencia de un acuerdo tácito entre las Universidades y las corporaciones privadas para defender las posiciones de estas últimas a cambio de que las primeras reciban financiación para sus investigaciones?
La principal conclusión que podemos sacar es ni siquiera en la comunidad científica existe consenso al respecto de los alimentos transgénicos. Por otro lado debemos estar atentos cuando leamos un estudio sobre el tema, quien lo publica y quien lo financia, porque a partir de esos datos el estudio tendrá más o menos veracidad. Y luego como consumidores, solicitar el correcto etiquetado de los productos, es decir que se informe de la existencia de transgénicos en los productos que compramos, para que seamos nosotros los que decidamos si comerlos o no, al igual que se elige tomar el café sólo o con leche.
Fuente: Telesur.
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