La COP25 ha sido un fracaso, el número 25 para ser exactos. La COP26 también lo será. Y mientras el modelo socioeconómico imperante en occidente sea el capitalismo del crecimiento ilimitado, las Cumbres del Clima seguirán siendo obras de teatro patrocinadas por las grandes compañías contaminantes del país anfitrión.

Lo de Madrid ha sido un espectáculo de cinismo e hipocresía sin parangón. Se celebra una Cumbre del Clima mientras varias capitales españolas se enzarzan en un concurso de despilfarro energético para ver quién la tiene más grande (la iluminación).
Los ciudadanos nos lamentaremos amargamente, agacharemos la cabeza, criticaremos duramente a los burócratas climáticos detrás de la barra del bar y en la cola de la administración de loterías, y seguiremos con nuestras vidas, sin cambiar un ápice nuestro comportamiento, exactamente igual que los burócratas climáticos y los países a los que representan.
¿Qué nos diferencia entonces de ellos?
Afortunadamente, cada vez somos más conscientes de que los consumidores somos parte del problema, pero ¿caemos en la cuenta de que también somos parte de la solución?. Son miles los cambios que podemos incorporar en nuestra vida, desde los archi-conocidos (separar los residuos, comprar productos locales y de temporada, reducir el consumo de productos envasados, desplazarse a pie y en transporte público…) hasta los más políticamente incorrectos y que no te dirán en la tele: ingresar en una cooperativa de energías renovables, consumir mucha menos carne, viajar mucho menos (sobre todo en avión), adquirir un vehículo híbrido o eléctrico (o mucho mejor, no tener vehículo propio), consumir productos ecológicos…
Y finalmente está la madre de todas las recomendaciones: REDUCIR.
¿Por dónde empezar?
La dichosa Navidad es la mejor época para empezar a practicar esta máxima del consumidor responsable. Reducir no solo implica comprar menos regalos, envolverlos en papel de periódico (o no envolverlos, ¿qué osadía, verdad?) o comer con la misma moderación que el resto del año. Implica mostrar a las personas de nuestro alrededor, mediante nuestro ejemplo, que la felicidad no tiene por qué estar relacionada con el consumo y que el amor que sientes hacia una persona no se mide por el montante de la factura de la prebenda que le compraste en Amazon. También conlleva exigir a nuestros Ayuntamientos que hagan un uso responsable de sus recursos y no dejarse llevar por la orgia de derroche de una época del año en la que celebramos, recordemos, el nacimiento de un niño pobre en las condiciones más austeras que uno puede imaginar.
En Andalucía, una comunidad con enormes déficits en servicios sociales, esta Navidad será otra más. La competición entre urbes por conseguir ser vistas desde la Estación Espacial Internacional no nos es ajena. Este año se ha recurrido incluso a la presencia de un actor de Hollywood para la inauguración del alumbrado en Málaga. No se escatima en gastos cuando se trata de abducir al ciudadano bajo el lema patriótico del “y yo más”. Solo en la calle Larios malagueña, el coste estimado de las luces de Navidad superará los 500.000 euros.
Jaén, mi ciudad, la más endeudada de España (en situación de bancarrota técnica), ha tirado la casa por la ventana en esa huida adelante que tanto caracteriza a la sociedad consumista porque “Yo no voy a ser menos que los demás”. ¡Tres millones de luces! Eso sí, de bajo consumo. Si usas luces de bajo consumo, no hay problema. Hay quien dice que no solo no contaminan sino que ayudan al planeta. Se ve que las bombillas son biodegradables y llevan una luciérnaga dentro. Una luciérnaga tratada con el mayor de los respetos, que todo hay que decirlo.

Ojo, que entiendo perfectamente a los equipos municipales de gobierno. A ver quién es el valiente que se atreve a suprimir el alumbrado navideño. El castigo al que serían sometidos sería uno de los más crueles que uno puede imaginar en términos socio-políticos, me atrevería a decir que incluso por encima de la subida de impuestos. ¡Hasta ahí podíamos llegar!. ¿Que van a pensar de esta ciudad mis primos de Cuenca que nos visitan en Noche Vieja?.
Que cada cuál imagine en qué gastaría ese dinero. Habrá muchos y muchas que piensen que es un dinero bien invertido, que si se estimula el consumo, que si se invita a la gente a salir a la calle, que si se alegra al personal, que si se pone a la ciudad o el pueblo en el mapa, etcétera. ¡Memeces!. Esto ya lo inventaron los romanos con las luchas de gladiadores. Los ciudadanos permanecen controlados mientras se les de un poco de pan y un mucho de circo. Y vaya si nos dan circo.
Declararse en rebeldía contra estas mamarrachadas es una de las formas más eficaces de REDUCIR en consumo de materias primas y en emisión de gases de efecto invernadero. Y además no se pierde nada porque nuestro nivel de bienestar no se ve afectado.
Si eres de los que piensa que sin luces serás menos feliz, quizás no tengas derecho a quejarte cuando la acera de tu calle esté varios meses sin reparar o cuando el parque donde llevas a tus niños esté hecho un desastre. Acuérdate entonces del espíritu navideño.
No, lo siento, eso no es así. La ciudadanía será la causante de, digamos, el 20% del problema. El 80% restante es de las grandes industrias de las que nadie habla. Así que, no, no me meta en el grupo de «todos». Cada uno con su parte. Ud. está en su derecho de querer ser partícipe de una sociedad postmodernista y sus ideales líquidos (sociedad líquida que se define). Yo no. A cada uno su responsabilidad. A cada uno lo que le toca.
Atentamente,