El austriaco Werner Boote cuenta en el impactante documental de 2009 Plastic Planet cómo el plástico se está convirtiendo en una amenaza para el medio ambiente y para la salud humana. Quisiera destacar una escena en la que el director del documental se sienta en el despacho de la entonces vicepresidenta de la Comisión Europea, Margot Wallström y le lanza un globo terráqueo inflable, mientras le dice: «Vivimos en un planeta de plástico». Ella responde: «Sí, está en todas partes. Conocemos el aumento de alergias, de cáncer, de problemas endocrinos. Es un hecho científico. Pero, ¿sabe usted?, en los últimos 10 años solo hemos podido probar la existencia de riesgo en 11 sustancias; 11 de las 100.000 que deberían ser analizadas. El sistema no funciona. Y en tanto en cuanto no tengamos información completa, la industria puede decir: ¿Ven ustedes? No pueden probar que esto sea peligroso».
El plástico se desintegra en pequeños pedazos que acaban contaminando el suelo y el agua. En el océano, el plástico actúa como una esponja, atrayendo neurotoxinas tales como mercurio y piretroides, carcinógenos como el PCB, el DDT y los PBDEs y hormonas sintéticas como la progesterona y el estrógeno, que en altas concentraciones inducen la aparición de aparatos reproductivos masculinos y femeninos simultáneamente en un mismo animal. No es de extrañar que algunos plásticos se clasifiquen como disruptores endocrinos y como cancerígenos (el bisfenol A es el más conocido).
Muchas latas de conservas tienen una capa interna de bisfenol A
Además, debido a que tienen el aspecto de huevas de peces, las bolitas de plástico que flotan en el mar son ingeridas indiscriminadamente por pescados como el atún o el salmón, incorporándose a las cadenas tróficas. Ya hay microplásticos en el agua del grifo, en el agua embotellada, en la sal marina, en los peces grandes, en los mariscos, en los alimentos envasados y en las heces humanas. Un reciente estudio demostró que un ciudadano occidental excreta un promedio de 20 partículas de microplástico por cada 10 gramos de heces.

Un buen día nos convencieron de que los vasos y platos desechables eran más cómodos e incluso más «ecológicos» que los de cristal y cerámica de toda la vida. También nos convencieron de que era más práctico utilizar bolsas de plástico que el carrito de la compra. Las tiendas de chollos comenzaron a llenarse de juguetes de plástico más baratos y ligeros. Las hueveras cambiaron el cartón por el plástico. Incluso se nos concedió el privilegio de salir a la calle sin dinero gracias a la nueva tarjeta de crédito, también de plástico.
Nadie recuerda ya cuando, usando como excusa la mejora de la higiene alimentaria, los supermercados comenzaron a vendernos los alimentos sobre unas monísimas bandejas de poliuretano y envueltos en film transparente. En breve tampoco recordaremos el placer de tomar una taza del café de siempre; ahora lo que se lleva es el café en cápsulas monodosis, un invento cuyo consumo crece exponencialmente a pesar del enorme problema que representan los miles de millones de cápsulas que se tiran a la basura cada año.
La industria del petróleo lo ha conseguido; el mundo ha sido plastificado
Los vasos desechables, las bolsas y los envases de plástico, las cápsulas monodosis para el café, las bandejas de poliuretano, las tarjetas de crédito… no responden a una preocupación de la industria del petróleo por nuestro bienestar. Responden a la necesidad de dar salida al mercado a determinados subproductos y derivados baratos del petróleo que, por cierto, encarecen el precio de nuestra cesta de la compra sin que nos demos cuenta.
En el ámbito alimentario, la situación resulta especialmente preocupante. Pensemos en una bandeja de poliuretano con media docena de plátanos, todo ello envuelto en film transparente. ¿No es suficientemente ingeniosa, práctica e higiénica la piel del plátano como para que nos afanemos en envolverlo como si fuese para regalo?

La práctica de sobreenvolver los alimentos con plástico está alcanzando niveles casi enfermizos. Cogemos una pequeña cantidad de hierbas aromáticas secas y la introducimos en una bolsa de tela, papel o nailon, que a su vez envolvemos con una bolsita de plástico; introducimos la bolsita en una caja de cartón debidamente rotulada y envolvemos la caja una vez más con plástico. ¿Es esto realmente eficiente? ¿Cuánto encarece el precio de unas simples hierbas tanto envoltorio? ¿Merece la pena poner en riesgo nuestra salud y la de nuestro entorno con estas prácticas tan absurdas?
Para hacer una infusión solo se necesita un pequeño puñado de hierba seca
Desechemos los plásticos desechables porque estarán cientos de años contaminando nuestros suelos, nuestros ríos y nuestros océanos. Cambiemos las bolsas de plástico por carritos de la compra porque salir de casa con las manos vacías puede ser cómodo pero volver cargado de bolsas del mercado no es nada cómodo ni bueno para nuestra maltrecha espalda. Olvidemos los envoltorios alimentarios porque envolver con plástico los alimentos no es ni más sano ni más higiénico. Y rechacemos los juguetes y utensilios de plástico; muchos son fabricados por niños pobres o por trabajadores adultos en condiciones indignas.
Autor: José Leitor.
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