Se puede vivir y de hecho se vive mejor, sin utilizar productos cosméticos. Resulta curioso, cuanto menos, que para sentirnos más limpios y sanos, utilicemos productos cargados de sustancias químicas que desconocemos por completo, muchas de ellas tóxicas y/o con capacidad disruptora endocrina. Ninguna especie animal, salvo el «Homo consumus», tiene por costumbre utilizar sustancias misteriosas, mucho menos cuando son sospechosas de perjudicar a la salud.
Las grandes epidemias sanitarias a las que estamos asistiendo en la actualidad (cáncer hormonodependiente, diabetes, obesidad, infertilidad, hipotiroidismo, retrasos en el aprendizaje o autismo) son impulsadas, en buena medida por la fabricación de productos de limpieza, envases y cosméticos.
Aún así, nuestros baños y aseos están llenos de sustancias químicas. Almacenamos con total naturalidad cantidades ingentes de productos cosméticos cuya composición nos es completamente ajena, algo lógico si tenemos en cuenta que ni un doctorado en química tendría lo que hay que tener para comprender el listado de ingredientes de un champú o un desodorante. Y es que para más ayuda, los ingredientes se suelen mostrar en inglés: Sodium Laureth Sulfate, Sodium Lauryl Sulfate, Sodium Chloride, Sodium Xylenesulfonate, Cocamidopropyl Betaine, Glycol Distearate, Sodium Citrate, Parfum, Dimethiconol, Piroctone Olamine, Sodium Benzoate, Dimethicone, Citric Acid, Guar Hydroxypropyltrimonium Chloride, TEA-Dodecylbenzenesulfonate, Hexyl Cinnamal, Linalool, Tetrasodium EDTA, Sodium Hydroxide, Trideceth-10, Sodium Salicylate, Triethylene Glycol, Propylene Glycol…
Dicen por ahí que si una sustancia está permitida, buena será… Ya, como el tabaco…
Son muchas las sustancias de origen animal empleadas por parte de la industria cosmética. Quizás si el etiquetado mostrase de qué animales y de qué partes de su anatomía se extraen dichas sustancias, nos pensaríamos más seriamente si seguir embadurnando nuestra cara con alguna de esas milagrosas cremas antiarrugas o empapando nuestro cuerpo con esa colonia que se ha convertido en todo un icono de la gente “aseada”.
Quizás su perfume preferido contenga esencia de vainilla producida a partir de la caca de la vaca. Al parecer, si cueces heces de vaca, se termina desprendiendo un vapor con aroma a vainilla que, tras ser comprimido, puede utilizarse como aromatizante de perfumes. Tú, que te subes a una silla cuando ves una cucaracha o que entras en pánico cuando divisas una araña en el techo de casa, estás untando tu cuerpo a diario con un derivado de excrementos de vaca. Qué cosas.

El uso de los animales para experimentación de cosméticos está prohibido en Europa desde 2013. Pero hay numerosas excepciones a esta norma.
No es fácil determinar si una empresa que testa su producto en animales se acoge fielmente a las excepciones establecidas en la legislación porque ésta no obliga a especificarlo en el etiquetado del producto.
Para ello, diversas entidades sin ánimo de lucro han diseñado logotipos que las empresas pueden emplear libremente en el etiquetado si desean especificar que ninguno de sus ingredientes ha sido testado en animales. Una de estas entidades, Cruelty Free, pone a disposición de los consumidores listas de empresas que no realizan tests en animales y que sí los llevan a cabo.

En un mundo globalizado dominado por la economía de mercado, parece obvio que esta situación de desprecio por la vida animal no va a ser revertida de un día para otro. Las legislaciones en materia de experimentación animal para productos de lujo siempre tendrán una puerta de atrás que permitirá seguir haciendo más o menos lo mismo de antes. Siempre pasa. No olvides que las multinacionales son el soporte de campañas electorales y organizaciones sanitarias (hasta de la OMS!).
Mientras los lobbies industriales financien campañas electorales y organizaciones relacionadas con la salud pública, tendremos legislaciones descafeinadas en materia de toxicología ambiental
Como casi siempre, los consumidores estamos solos en esta batalla. Por fortuna, gracias a la revolución tecnológica de las últimas décadas, ahora disponemos de alternativas sostenibles para realizar un consumo responsable no solo de cosméticos sino también de alimentos, de productos del hogar, de ropa o de calzado sin necesidad de maltratar a ningún animal. Por tanto, cambiar el sistema no depende de las instituciones, de los gobiernos o de las empresas; está al alcance de cualquier consumidor que decida examinar los etiquetados y no contribuir con sus compras a la explotación y al sacrificio innecesario de animales para fines tan frívolos como desmaquillarse, pintarse las uñas o cambiarse el color del cabello.
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