Caza de Ballenas en Japón: Dinero, Gastronomía y Tradición.
La caza de ballenas vuelve a poner a Japón en el foco de la atención mediática, no por la novedad de esta noticia sino por la gran repercusión ambiental de la misma. Las justificaciones expresadas por el gobierno nipón no parecen hacernos olvidar su reiterado incumplimiento de las leyes internacionales que se desarrollaron en 1946 en la Convención Internacional para la reglamentación de la caza de ballenas con el fin de promover la conservación de estas especies marinas.

El pasado 24 de marzo, según informan fuentes de El País, una flota compuesta por cuatro balleneros japoneses arribó con un ingente de 333 ballenas, 290 de las cuales hembras, estando el 90% en estado de preñez.
En 1992 fue prohibida la caza de ballenas por la comisión internacional ballenera, pero lo hizo para fines comerciales, eximiendo aquellas capturas destinadas a promover la investigación científica. Existe gran controversia dentro del ámbito científico y bioético sobre el uso de especies animales con fines científicos –gran parte de ellos, médicos-.
Algunos argumentan que es viable su uso siempre y cuando se mantengan ciertos principios morales como un estado de higiene, alimentación, analgesia y cuidados óptimos para el animal. Otros, en cambio, apuestan por las emergentes técnicas de simulación y el cultivo de tejidos. Japón se ha amparado hasta ahora arguyendo que éstas técnicas no están, todavía, lo suficientemente desarrolladas y se precisan animales para acometer la investigación científica.
En 2010 Australia denunció a Japón ante el corte internacional de justicia, sita en La Haya. El fallo vio la luz en 2014, en contra de Japón y su política pesquera. Las razones aportadas por éste último y su ministerio de pesca para su práctica pesquera han comprendido desde la tradición histórica del país, su condición geográfica, el valor que tiene ese producto en su gastronomía, hasta que la caza se producía con los fines científicos ya apuntados.
Sin embargo, ciertos hechos han jugado en contra: los resultados científicos alcanzados son deficitarios, la carne de ballena acababa siendo comercializada a restaurantes y mercados y, para colocar la guinda al pastel, se sospecha de intereses presupuestarios y políticos por parte de parlamentarios e, incluso, del primer ministro Shinzo Abe.

Si bien es cierto, que tanto la caza de ballenas y consumo de su carne se ha visto reducido, pero en ningún caso no lo ha sido por la iniciativa del gobierno japonés ni por su acatamiento del fallo vinculante emitido por la corte de justicia internacional, sino por las acciones de grupos ecologistas que lo han impedido.
A estas alturas de la película, la credibilidad de la pesca sostenible y del mantenimiento del ecosistema es nula. Debate aparte merece el dilema del uso de animales para la investigación básica, aunque si juzgásemos únicamente por los resultados obtenidos, huelga decir hacia qué lado se inclina la balanza con suma gravedad.
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