Afortunadamente, la sociedad va tomando, lenta pero progresivamente, conciencia de la importancia de luchar contra el cambio climático. Cada día somos más los que comprendemos que el principal reto al que se enfrenta la humanidad no tiene nada que ver con productos interiores brutos, recesiones económicas o amenazas nucleares. Nada tiene sentido, ni existe un futuro, si la casa de todos está en peligro.
Desafortunadamente, muchos políticos, entre ellos algunos de los más influyentes, siguen negando lo evidente. En un oficio en el que la supervivencia se mide en ciclos de 4 años, extender la mirada más allá no parece, por el momento, una prioridad. Mientras los votantes no demuestren claramente su disposición a sancionar dicho comportamiento, así seguirá siendo.
Todo sería más fácil con la colaboración de los poderes públicos, claro que sí. Pero aunque sea más complicado, la ciudadanía tiene las herramientas para resolver el problema. Porque somos muchos más y porque se lo debemos a las futuras generaciones. De lo contrario, nos acusarán de que, habiendo sido la última generación con capacidad de intervención, no fuimos capaces de hacer lo que estuvo en nuestra mano.
Si no hacemos lo suficiente, nuestros hijos nos acusarán
Esa es la gran cuestión, ¿qué está en la mano de un ciudadano para luchar contra el cambio climático?
La mayoría de gobiernos se esfuerzan por simplificar la respuesta a esta pregunta. Han restado dramatismo al problema y han convertido la intervención del ciudadano en un lavado de conciencia basado en acciones descoordinadas e ineficaces que, lejos de ayudar, constituyen un problema añadido. Hacer creer a la ciudadanía que su contribución consiste en separar algunos de sus residuos, cambiar sus viejas bombillas y cargar al máximo el lavavajillas, es una estafa. Y un ciudadano estafado se convierte en un lastre, no en una ayuda.

Siempre he tenido la impresión de que en España, el Estado trata al ciudadano de forma infantil cuando solicita su implicación en la gestión de la crisis ambiental. Parece que exista un cierto temor a que la gente sea consciente de lo que está en juego y creo que se infravalora enormemente la capacidad de influencia de la ciudadanía. Nos recomiendan medidas sencillas que no alteren nuestras cómodas existencias. Salvo que exista un beneficio evidente sobre la economía y el PIB, los hábitos de consumo no se tocan. Y mucho menos los pilares básicos del sacrosanto estado de bienestar.
En 2017, un grupo de investigadores de la Universidad de Columbia Británica (Canadá) publicaron en la revista Environmental Research Letters un artículo imprescindible en el que se listan las acciones que podrían rebajar de forma sustancial la huella de carbono de cada individuo. Ninguna de ellas forma parte de las guías del ciudadano ambientalmente responsable que encontrarás en Ayuntamientos, Diputaciones, Consejerías o Ministerios porque son medidas políticamente incorrectas en el contexto de un sistema económico basado en el capital.
Dicen los autores del artículo que comer una dieta basada en vegetales, evitar los vuelos en avión, vivir sin coche, contratar energías limpias y tener familias más pequeñas son las mejores herramientas de las que dispone un ciudadano para contribuir a la lucha contra el cambio climático. En este enlace tienes información en castellano sobre esta investigación.

Como ves, son medidas que atentan contra los pilares básicos de nuestro mal entendido modelo del bienestar. Nuestro modelo social está encaminado a formar una familia, a poder ser numerosa, para así contribuir a la masa trabajadora, a la rutina de consumo y al sistema contributivo de pensiones.
Sugerir una reducción de la descendencia es, además, un golpe directo a las creencias religiosas de una parte importante de la sociedad. Es normal que las sagradas escrituras no considerasen el problema de la superpoblación; eran otros tiempos…
Tener menos hijos, viajar menos, comer vegetales y vivir sin coche es lo que cuenta.
Conducir un gran coche, hacer grandes viajes internacionales y comer carne son tres de los elementos distintivos de éxito más reconocibles de las sociedades occidentales y a los que, sin lugar a dudas, aspira la mayoría de quienes están leyendo estas líneas.
Los grandes problemas requieren respuestas contundentes y sacrificios. Hay muchos que piensan que una sociedad cegada por el disfrute inmediato e incapaz de planificar el futuro, merece desaparecer. Otros pensamos que un nuevo tiempo está llegando. Greta, los Fridays for Future o el COVID-19 no pueden ser sino señales de que aún tenemos tiempo y de que lo vamos a aprovechar.
Autor: José Liétor.
¿Quieres comentarnos algo? Adelante!