Todos sabemos que la inmensa mayoría de los alimentos procesados y ultraprocesados incluyen entre su lista de ingredientes uno, varios o multitud de aditivos.
Mientras hay quién considera que estas sustancias son perfectamente seguras, hay quién desarrolla una acérrima quimiofobia hacia todas ellas, considerándolas muy peligrosas para la salud. Entre ambos extremos se encuentra el grueso de la población, que simplemente ignora su presencia y cuya cultura sobre aditivos se reduce a los eslóganes publicitarios de alguna marca que, después de años de un uso indiscriminado, ha decidido abandonar el lado oscuro y eliminar de su formulación los conservantes y colorantes.

En efecto, la televisión y los lineales de los supermercados han procurado que la mayoría de consumidores sepa de la existencia de los conservantes y colorantes. Pero se desconoce que la extensa familia de los aditivos cuenta con casi 500 sustancias agrupadas en 26 categorías diferentes. Sí, lamento comunicarte que un yogur sin colorantes ni conservantes aún puede contener aditivos de otras 24 categorías.
Hay 26 familias de aditivos. Los colorantes y conservantes son solo dos de ellas.
A esta larga lista hay que añadir otra categoría, la más opaca sin lugar a dudas: la de los AROMAS. Se trata de sustancias químicas que aportan olor o sabor a alimentos que modificaron sus propiedades organolépticas durante el proceso de fabricación. La UE autoriza más de 2.000 sustancias aromatizantes.
Una pequeña parte de los aromas alimentarios pueden provenir de ingredientes alimentarios (el mentol extraído de la menta o el aroma a pimentón obtenido a partir del propio pimentón) o de materiales de origen vegetal, animal o microbiológico que no son alimentos en sí (el aroma de humo procedente de la madera de haya o la vainillina obtenida por síntesis química a partir de lignina, mucho más barata que la extraída de la vaina natural de la vainilla).
Estos aromas aparecen en la lista de ingredientes del etiquetado bajo la denominación de “Aroma natural”, exigiéndose que un 95% del aroma, como mínimo, provenga del ingrediente principal. Por ejemplo, la indicación de aroma natural de vainilla significa que al menos el 95% proviene de la vainilla (el 5% restante puede proceder de otras fuentes naturales).
Ojo con los juegos de palabras. Si la etiqueta describe el aroma como “aroma de naranja” el aroma se habrá obtenido a partir de naranjas, pero si indica “aroma a naranja”, “aroma naranja” o “aroma/s” estará indicando que el aroma se obtuvo mediante síntesis química. La cosa empieza a complicarse…

La industria considera que si el aroma utilizado no es reconocible por el consumidor en el producto final, es mejor no especificar el tipo de aroma “para no inducirle a confusión”. La autoridad sanitaria europea parece estar de acuerdo.
Es obvio que los consumidores no saben qué significa 2,2-dimetilhexano, hexil-metil-éter o ciclopentanol, pero ¿por qué eliminar nuestro derecho a buscar información sobre estas sustancias si lo consideramos oportuno? ¿Quizás porque veríamos extraño que este tipo de sustancias, algunas procedentes de la industria del petróleo, hayan terminado llegando a nuestros alimentos?
Tras el ingrediente “aroma” pueden esconderse más de 2000 sustancias químicas que el consumidor de la UE no tiene derecho a conocer.
La política de ocultar las denominaciones de los aromas sintéticos en los etiquetados alimentarios no resulta nada transparente y deja en manos del consumidor la decisión de aplicar ese dogma de fe según el cuál todos los aromas son perfectamente seguros o, por el contrario, aplicar el principio de precaución por el cuál, ante la falta de información, mejor eludir los aromas. Pero esa decisión no es competencia de un consumidor poco o nada formado en esta materia.
Me parece muy bien este tipo de información, creo que al final, queramos o no, somos los consumidores finales los que debemos darnos a la tarea de informarnos sobre los componentes adicionales que llevan los productos. Sabemos que la industria alimentaria no es transparente, porque ellos saben muy bien que las personas no tenemos el tiempo para dedicarle a investigar cada uno de los componentes aditivos en los alimentos, si ya no sabemos con certeza qué es lo que estamos comiendo. Los países europeos que tienen estándares de calidad y normas de exigencia, wou!! Qué nos queda a nosotros en Latinoamérica que estamos atrasados en todos los sentidos. Sólo nos queda cambiar ciertos hábitos alimenticios y autoayudarnos para gozar de mejor salud.